Tuesday, September 4, 2012

LEY CXXIII ("LAW CXXIII" - a short story in Spanish)


Prólogo:

Cuando Julio nació, Evalandia ya había existido bajo un gobierno dictatorial por más de dos años. Cuando se hizo viejo, le gustaba contarles a sus nietos sobre los tiempos de la dictadura para que supieran apreciar la libertad. Les contaba, por ejemplo, como casi cada semana cuando era niño, a la dictadora, Eva Pingüiche, le gustaba inventar nuevas reglas y restricciones para hacer la vida de los ciudadanos evalandianos siempre más difícil. Pero la historia que a Julio más le gustaba contar, era la sobre la prohibición de los amigos imaginarios.
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Todo empezó un día cuando Julio tenía solamente diez años. Durante esa época su familia vivía en un pequeño pueblo muy cerca de la selva en la que se encontraba la frontera entre Evalandia y Pelicán, el país vecino. Al pequeño Julio le gustaba jugar al borde de la selva, platicando con sus amigos imaginarios (un dragón - Wili, un pez volante – Chili y un elfo - Dili) e imaginándose comiendo un helado de diez sabores. Julio nunca había visto un helado verdadero en su vida porque el helado había sido prohibido durante los primeros meses de la dictadura, puesto que a Eva no le gustaba para nada comerlo. La mamá de Julio le había contado muchas veces sobre lo delicioso que era comer un helado dulce y frío en un día caliente y la verdad era que Julio se había obsesionado un poco con el helado. Esto es normal cuando se trata de algo que le describen a uno como una cosa tan bonita y buena, pero que uno no puede ver ni probar.

Aquél día, Julio estaba jugando cerca de la selva, cuando vio algo terrorífico. En la distancia vio a los policías vestidos de azul oscuro entrar en su casa y salir con sus padres y su hermano que los siguieron hasta un coche, entraron adentro de él y desaparecieron. Julio corrió lo más rápido posible, sabiendo ya que iba a llegar demasiado tarde. Cuando finalmente llegó a su casa, vio un cartel que la policía había pegado a la puerta que decía: LEY CXXIII DE EVALANDIA PROHIBE EN ABSOLUTO TENER AMIGOS IMAGINARIOS. El pobre Julio se puso a llorar, acordándose de que todos los miembros de su familia tenían un amigo imaginario, y en aquel momento supo que nunca los volvería a ver. Pero de repente tuvo otro pensamiento igualmente alarmante. Puesto que Julio tenía tres amigos imaginarios (como es bastante normal para algunos niños), cosa que todos los habitantes del pueblo sabían, seguramente la Policía iba a regresar para buscarlo a él también.

En aquél momento, y casi sin darse cuenta, Julio echó a correr hacia la selva, queriendo simplemente dejar atrás aquella situación triste y amenazante. La verdad es que no estaba pensando para nada porque sino, nunca habría entrado tan adentro de la selva, en la que todo el mundo sabía que vivían bestias horripilantes que vigilaban la frontera entre Evalandia y Pelicán. Sin embargo, el pequeño Julio tuvo suerte. Antes de poder entrar en el territorio de las bestias, se encontró con una casita hecha de madera. El hombre viejo que vivía allí era muy amable y le pidió al niño qué estaba haciendo en la selva. Escuchó su historia que le dio mucha lástima y le dijo al niño que sabía hablar la lengua de las bestias y que le podría servir de traductor.

El día siguiente, los dos caminaron por la selva verde, densa y hermosa hasta llegar a la frontera. Bestias que parecían recién escapadas de alguna horrorosa pesadilla, caminaban a lo largo de la frontera. Cuando vieron a Julio empezaron a aullar y a rugir, y lo habrían comido también si no fuera por el viejo. Cuando lo vieron se tranquilizaron y dejaron que los dos se les acercaran. El viejo les explicó la situación en Evalandia y les contó lo que le había pasado a Julio y también añadió cuanto le gustaba el helado (que no estaba prohibido en Pelicán). Las bestias también le tuvieron lástima a Julio y hasta le sonrieron. Era una sonrisa amable, pero muy extraña porque ¿quién ha visto nunca a una bestia sonriente?

El viejo se despidió del niño, dándole el nombre de una mujer pelicanés que vivía cerca de la frontera y que trabajaba como vendedora de helados. Julio le agradeció al él y a las bestias y cruzó la frontera sin mirar atrás. Siguió las direcciones del viejo y encontró la casa de Liliana, la vendedora de helados. Ella también escuchó la historia de Julio y entre lagrimas le dijo que podía quedarse a vivir con ella y que, cuando era un poquito mayor, podía trabajar con ella, vendiendo helados de miles de sabores.

Quince años más tarde, Julio, que había crecido a ser guapo y sano (gracias a haber comido tantos helados), llegó a saber que la dictadura en Evalandia había caído. Aunque su vida ahora estaba el Pelicán, decidió escribir un libro sobre la aventura que había tenido de niño. Su libro tuvo mucho éxito y Julio hasta fue a la fiesta de la publicación de su libro en Landia (que, por razones obvias, ya no se llamaba Evalandia). Los ciudadanos landianos, incluso alguna gente que lo reconoció cuando fue a visitar su pueblo natal, lo tenían en grande estima por lo valiente que había sido por atravesar la selva y por poder escribir sobre algo que le causaba dolor y que alguna gente intentaba olvidar.

FIN


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